jueves, 14 de agosto de 2008

FISURA

Si sabes que voy a hacer
no me quieras convencer
siempre mirando hacia atrás
nunca, nunca entenderás

LAS PELOTAS

-Me tenés harta,- le grité- me voy a la mierda.
-Andate, loca, y no vuelvas- gruñó Tomás del otro lado de la casilla.

Salí caminando, casi corriendo y sin mirar a ningún lado; enajenada. Como hacía siempre que las cosas salían mal. Doblé a la izquierda y seguí sin rumbo, esquivando charcos, “- hijo de puta, quién se cree que es. Hacerme esto, justo a mí que soy la única que lo banca y esconde cuando lo corre la yuta. Pollerudo, vamos a ver qué hace cuando no sepa dónde esconder su basura, se va a tener que meter todo en el culo. Ya va a saber quién soy yo.”
Seguí murmurando aunque me faltaba el aire por las lágrimas y los mocos. Las veredas se agrandaban a medida que los pasillos de la villa desaparecían y el sol me daba de frente y se guardaba atrás del agua podrida y negra del riachuelo que María Julia nunca limpió.
Subí entre casillas, chapas y basura hasta la estación Avellaneda y me senté en un rincón a llorar. Algunos compañeros que salían a cartonear saludaron desde la otra punta. Lo conocían a Tomás, por eso no dijeron nada.
Otra vez sola, como cuando mi vieja se fue. Yo tenía seis años y la Chola me encontró sentada en el colchón con una remera nomás y con el frío que hacía; igual que hoy. Yo lloraba, me acarició el pelo y preguntó por mi mamá. Se había ido a comprar pan ayer, le dije. Si tenía hambre, me preguntó, yo subí y bajé la cabeza y la Chola se hizo cargo.
Yo sabía que a ella también la habían abandonado hacía poco. Toda la villa lo sabía. Pero menos mal, por lo que contó. El tipo que vivía con ella la cagaba a palos todos los días. La última vez que quiso hacerlo la Chola lo amenazó con la cuchilla. Le dijo bajito que esa iba a ser la última piña, para los dos y entonces él, después de tirarle todo lo que había arriba de la mesa se fue pegando un portazo. Me acuerdo que me dijo que sintió más alivio que soledad. Y lástima por él.
Mi vieja se fue con otro tipo, el de la Chola por matón y cobarde. Esa mañana la Chola me agarró y me arrodilló adelante de la virgencita y le juró, por las dos, que nunca más un hombre iba a jodernos la vida. Yo creo que la Chola tendría que haber jurado por ella porque hoy lo tengo a Tomás, que no me faja pero igual jode.


-Ma´sí, mejor que se vaya ésta piantada, o se pensará que por un par de veces que me guardó la voy a bancar para siempre. Todo el día reclamando. Guita no, que hasta en eso se le nota lo tarada. Prefiere laburar para que yo no salga a vender. La vida arriba de los trenes con los chanchos babosos, los tipitos mirándola, pero “con la frente alta”, cosa de no creer esa mina, se piensa que con que pegue unos gritos me va a cambiar.
Hace frío, ¿habrá comprado otra garrafa?, mejor entro y tomo unos mates.
Hoy se pasó de viva, la próxima vez la cago a trompadas.

Lo conocí en los trenes. Me defendió de los pibes que quisieron afanarme lo que había juntado. Lo vi valiente. Después caminamos hasta Constitución. Otra vez tomamos el subte hasta el obelisco y paseamos por Corrientes. Casi se siempre se quedaba con la billetera de algún distraído y nos íbamos a comer una pizza a Guerrín. Esas noches me sentía importante, no comíamos parados. Tomás buscaba una mesa escondida y mientras esperábamos revisaba el botín, se reía de las caras de las fotos, hacía chistes, me acariciaba el pelo y juraba que esa iba a ser la última vez. Decía que todo esto era por nosotros, para poder salir de la basura, algunos trabajos nomás, que él estaba limpio, que porquerías no tomaba porque te quemaban la cabeza, que eso era para los giles. Le creí.
Laburaba solo, era más seguro y no había que compartir. Hasta que llegó el Loco.
Salía con ellos, cuando yo merodeaba bajaban la voz y Tomás me echaba. A veces pasaban días y no volvía.
Me quedaba en la casilla contando segundos y miraba por la puerta para verlo llegar silbando y con las manos en los oídos para no oír ni mis puteadas ni los pedidos de que buscase un trabajo limpio.
Una vuelta llegó corriendo como si el diablo le pisara los talones. Tiró el fierro. Lo seguían. Por suerte los había perdido cuando entró por los pasillos de la villa.
Fue la primera vez. Después me acostumbré. Estuvo guardado un par de veces y ni el Loco ni ninguno de la banda le dio una mano. Eran unos truchos; vivían duros y cada vez se metían en la nariz porquerías más rebajadas. Estaban fisurados.
Tomás no. Seguí creyéndole.


¡Cómo tarda ésta mina! Encima tengo una lija. Como de costumbre en este rancho no hay una mierda para comer. Me voy a lo del Turu a buscar un papel, la de él es bastante buena, espero que me banque porque no tengo un mango.

“Es un zarpado”, pensé mientras caminaba por Constitución y decidía si ir a Suarez para ver si la Chola me dejaba dormir en su casa o si quedarme yirando. Hacía mucho frío, pero con Tomás no volvía ni loca. Por él la Chola me echó de casa, me dijo que cualquier cosa menos turritos comermierda y que con él no iba a levantar cabeza nunca más. Pero Tomás iba a cambiar, lo había jurado.
Al final elegí a la Chola y sus sermones. El subte estaba calentito y por suerte vacío. Empecé a llorar de nuevo. Una vieja me miró desde la otra punta, pero no se acercó. Nadie se acerca cuando ve a alguien llorar. En Retiro el tren tardó. “¿Qué estará haciendo ahora?, mejor ni pensarlo.

No puedo creer que todavía no vino. Esta vez se enculó en serio. Encima si entra ahora estoy duro como una piedra. Igual nunca se dio cuenta, seguro que en un rato llega con una pizza. Más vale que vuelva pronto sino el que no vuelve más soy yo.

Llegué a Suarez con hambre, frío y una tristeza que nunca pensé que iba a sentir. Caminé por la orilla de las vías hasta el puente y desde ahí encaré para la villa. Estaba todo cambiado. Más chapas, más casillas, más lamentable. Hacía más de cinco años que no iba por ahí. En la esquina sin luz un par de pendejos fumaban paco. Me dio miedo pasar por ahí porque Tomás no estaba para defenderme. Le perdoné tantas. Esta no. Por suerte la casa de la Chola tiene luz. Espero que esté sola.

Le dije hola a la Chola, ella no preguntó porqué lloraba
Esta guacha no piensa volver Me fui para siempre le dije y le pregunté si me podía quedar Capaz que se hartó en serio, ¿y si no vuelve? La Chola me dejó pasar. Estaba todo igual, hasta mi cama en la esquinita. Mañana lo busco al Loco a ver si tiene algo Le contesté que no me había cansado de que afane, le dije que tenía que esperar a la casita de material, que él me había prometido que ahí largaba todo Si no tienen ningún laburito me voy a cagar de hambre ¿cuándo vuelve ésta reventada? Sí, le dije a la Chola, era cierto que había estado en cana un par de veces, que lo visitaba los domingos Hace un frío de mierda, ni en pedo duermo solo Le dije a la Chola que le había bancado cualquier cosa, pero hoy fue, como ella decía siempre, la gota que había colmado el vaso Soy un boludo, cómo no me acordé que jugaba Racing y que seguro no laburaba Chola no me interrumpió y le seguí contando que aunque sabía que el Loco y los pibes vendían y vivían fisurados. Tomás juraba que él nunca, él pungueaba. Yo le creía, pero hoy, en la casilla, estaba tirado, parecía muerto y en la mesita había polvo blanco, merca, le aclaré a la Chola por si no entendía. Me sentí tan boluda, y en mi pieza había una mina dormida Le tendría que haber dicho a la Yoli que seguro iba a salir mal, ¿pero cómo decirle no a ese culo infernal? Lo levanté del suelo todavía asustada, le seguí contando, y cuando vi que respiraba le tiré un balde de agua para que se despierte, ahí fue cuando le grité, Chola, que se fuera a la mierda le grité, y me fui llorando. No le creo nada más, Chola, nunca más Y no va a venir, la loca no piensa venir
La Chola me dio un beso en la frente y me pasó el brazo por los hombros. Fuimos juntas hasta la virgencita y, llorando, le prometimos que un tipo no volvía a cagarnos la vida. Nunca más.