viernes, 5 de septiembre de 2008

Rojo sangre

Kary se cortaba. Necesitaba el dolor físico para tapar/esconder los dolores del alma.
Su cuerpo era un mapa. Cicatrices rosadas subían y bajaban del codo a la muñeca, en los muslos, bajo las tetas.
No podía decir lo que sentía y, entonces, se aliaba con la gillette.
La sangre goteaba espesa y caía, lenta, por segundos, sobre la alfombra.
Kary no hablaba, Kary actuaba. Su dedo un pincel, su sangre pintura y las paredes de su cuarto un libro abierto escrito de dolor.
Nunca pudo decir qué le dolía.
Sentir
¿Qué siente?
Su cuerpo y ella no son amigos, no sé si algún día lo fueron.
Es una trampa.
Su cabeza no tiene calma. Piensa; piensa y habla todo el tiempo.
Tira ideas, genera ansiedades, grita culpas. Todo le molesta, nada le alcanza.
Ordena y ella ejecuta hasta que se rebela. Ordena acción cuando grita que todo se va al carajo, que la casa es un quilombo, que nada salió como ella lo había planeado, que cada vez está más gorda, que todo lo hace a medias. Le grita tibia, que no se juega por nada. Todo a mitad de camino. Y después se reprocha.
Todo y nada no existen. Los extremos se tocan.
Kary no siente el cuerpo. O lo siente, mejor dicho. Le pesa, le duele siempre y se llena de lugares comunes. Tiran los gemelos, quema la espalda, hay plomo sobre los hombros, estalla la cabeza.
Lo siente entonces y arremete mientras la cabeza sigue tirando letanías desagradables. - que de eso no se ocupe, que no sabe lo suficiente, nunca va a lograrlo por más que se esfuerce- pero contradictoriamente ordena – andá y estudiá, leé, buscá, preguntá, tenés que aprender, saber…
Y el final queda en un plano tibio de casi nada, casi todo.
Prisionera, reprimida.
Cabeza maldita. La engañó durante años.
Boca seca. Boca seca de tanto hablar para decir tan poco.
Ambigüedades. Creyó cada una de las verdades, cada una de las frases hechas.
Medio judía llena de culpas.
Cristiana a medias rodeada de mandamientos.
Atea falsa que ruega por un dios que le de paz.
Los locos deliran, alucinan. Las voces los mandan, apabullan, hieren, ordenan.
Como su cabeza.
Años hablando de lo mismo, carretillas de dinero en ofrenda al dios analista para que dispare alguna verdad o sentencia.
Vida perseguida y prisionera de un cuerpo insoportable que no goza, que no se suelta. Gobernado por una tirana insatisfecha y déspota que cuando se siente desobedecida y amenazada late con fuerza, paraliza, adormece, duele.
Una guerra sin tregua.
Kary escribía con sangre su dolor para poder sentirlo. No lo soportaba, lo enmudecía con tajos.
Kary desangraba todo eso a lo que no podía ponerle palabras.
Afuera pasos, órdenes, ruidos, música estridente.
Adentro silencio, excepto en la cabeza.
Luces fuertes frente al espejo. Fotos brillantes con gestos felices. Polvos y pinceles. Kary vuelve a mirarse, meticulosamente. Se para y busca las plumas,
Alguien golpea la puerta. Un golpe seco, “cinco minutos”, le avisan.
Kary acomoda su bikini, se enfunda en largos guantes de seda rojo sangre. Maquilla una vez más lo que pueda delatarla. Es experta en el arte de tapar.
Guarda sus piernas eternas en botas eternas de taco aguja.
Cierra la puerta tras de sí. Mira despectiva y de soslayo la estrella que la adorna con su nombre mientras dirige a todos una mueca que intenta ser sonrisa.
“El show debe continuar” escucha desde un abismo y pone un pié en el primer escalón.