viernes, 27 de junio de 2008

leer...escribir... por V.Woolf

..."los lectores capaces de construir con unas pocas indicaciones dispersas la entera circunferencia y el ámbito de una persona viva; los lectores capaces de transmutar nuestro mero susurro en una inconfundible voz; de percibir, aunque describamos o no, una cara precisa, de intuir sin una palbra que los ayude, un pensamiento exacto -y no escribamos sino para lectores así-, esos lectores ejemplares, decimos, saben muy bien que Orlando estaba formado de muchos humores...
-...Orlando era un hidalgo que padecía del amor de la literatura. Muchas personas de su tiempo, aún más las de su rango, escapaban al mal y quedaban en libertad de correr, de cabalgar o de enamorarse a su gusto...
...En la soledad el mal tomaba cuerpo más rápidamente. Ya entrada la noche leía unas seis horas más... Un apuesto caballero como él no necesitaba libros. Que dejara los libros, decían, a los tullidos y a los moribundos. Pero algo peor venía. Pues una vez que el mal de leer se apodera del organismo, lo debilita y lo convierte en una fácil presa de otro azote que hace su habitación en el tintero y que supura en la pluma. El miserable se dedica a escribir. Y si eso es ya bastante malo en un pobre, sin otra propiedad que una silla y una mesa debajo de una gotera, el trance de un hombre rico que sin embargo escribe libros es penoso en extremo.Se le escapa el sabor de todo; lo torturan hierros candentes: lo roen los gusanos. Daría el último centavo por escribir un solo librito y hacerse célebre; pero todo el oro del Perú no puede comprarle el tesoro de una frase bien hecha..."
de Orlando.
Virginia Woolf

lunes, 9 de junio de 2008

HAMBRE...por Juan Gelman

Hay 2600 millones de personas en el mundo que ganan menos de dos dólares por día y alimentarse les comería, según el país, hasta el 80 por ciento de sus ingresos. De manera que no comen o comen de manera insuficiente, su rebeldía es concreta como una piedra y los enormes intereses que manejan el precio de los cereales conocen el temor.

“La idea de que las masas hambrientas, llevadas por su desesperación, tomaran las calles para derribar al ancien régime parecía definitivamente exótica dado que el capitalismo triunfó de manera terminante en la Guerra Fría. Sin embargo, los titulares del mes pasado sugieren que el abrupto aumento del precio de los comestibles amenaza la estabilidad de un número creciente de gobiernos en todo el mundo...
Cuando las circunstancias tornan imposible alimentar a los hijos, ciudadanos normalmente pasivos pueden convertirse rápidamente en militantes que no tienen nada que perder”.

En efecto,
el hambre es una forma aguda de terrorismo.

aporte de Mario Jegier

viernes, 6 de junio de 2008

La boca seca

Todo empezó cuando quise ponerle palabras, por fin, a la inmunda pesadilla que tantas noches había atormentado mis sueños.
Estaba ahí, tan vívida, nítida y real que creí poder apresarla y matarla con mis propias manos.
La idea de matarla quizás les parezca absurda porque, de hecho, la maldita ni siquiera tenía algún tipo de forma. No era ni un bicho, ni una persona para mí amenazante o desagradable, ni siquiera algún monstruito de esos que aparecen tan simpáticos en la tele o las películas para chicos.
Cuando la maldita se hizo presente experimenté esa misma sensación de sequedad en la boca. Intenté que mi lengua tocase el paladar, que pudiera deslizarse por los labios, que los moje, sentir mi saliva y nada de eso fue posible. En vano abrí las canillas. De ellas no salió agua o algo parecido. Tiré el vaso contra la pared porque se me ocurrió pensar, en medio de la desesperación, que otra vez estaba durmiendo y no lo había notado, pero el ruido del vidrio estrellándose contra los azulejos me demostró que nada más lejos de mi cama, ésta vez.
Gracias a las repeticiones constantes de dicha maldición de pesadilla, yo sabía paso a paso lo que sucedería. Eso era lo alarmante, porque si ésta vez no estaba soñando, cómo acabaría todo. Gran pregunta a la que no podía darle respuesta.
Entonces, paso a paso, sabía que no habría nada de agua en las canillas de la cocina y del baño; nada en la heladera. Nada de agua en el inodoro donde hundiría mi cara buscando alivio. Nada de nada.
La garganta quemaría, seca, y por más que hiciesen los movimientos correctos mis glándulas no secretarían saliva alguna. De hecho, la lengua iba y venía pero en cada movimiento se resquebrajaba un poco. A propósito, entonces, empecé a llevarla hacia adelante y hacia atrás. Se me ocurrió que, de esa manera, las grietas que se abrirían permitirían que saliese sangre.
Pero como en tantas oportunidades las grietas crecieron y tampoco así tuve suerte.
Esquivé las esquirlas que quedaron diseminadas por el piso de la cocina y en un huracán fui hasta la calle. Tenía que conseguir beber fuese como fuese. La lengua se pegaba, raspaba y no lograba articular ninguna palabra. Cómo explicarle a nadie qué era lo que deseaba si no podía hablar. Bueno, los sordos se comunican, pensé mientras corría por las escaleras hacia abajo.
El punto es que lamentablemente sabía que en el kiosco de al lado el viejito que atendía no habría puesto una botella en las heladeras y que jamás comprendería mi rústico lenguaje de señas, como tampoco lo harían ninguno de los transeúntes a los que atacaría desprevenidos y tampoco encontraría alivio en los siguientes infinitos kioscos y bares y fuentes y charcos recientemente evaporados con que me cruzaría. Además sabía que, al menos en sueños, la ciudad se iría vaciando poco a poco hasta dejarme completamente sola con mi alma y mi sed.
Cruel, la realidad se imponía a mi inconciente. Tantos años de diván sin poder contarle al analista de turno ni la pesadilla ni mis deseos, y ahora que me estaba pasando tampoco podría hacerlo porque él se volatilizó como todo el resto.
Harta, agotada, desalentada y sobre todo sedienta, me senté en un banco frente al río que, mágicamente, como ya lo sabía, se había sedimentado pareciendo una gigantesca pista de patín.
Ni siquiera intenté llorar, supuse que las lágrimas tampoco hubieran salido.
Si todo hubiese sido como debería haber tenido que ser, éste sería el momento en que sudorosa me despertaría y tantearía la mesa de luz donde previsoramente siempre descansaba un vaso de agua.
Sentí que estaba en problemas.
El licenciado siempre decía, cuando llegaba a éste punto, que me concentrase en mis deseos, aunque sea en uno solo, chiquitito; para que, aferrándome a él, pudieran aparecer los otros. Años con el licenciado, millonadas invertidas en el licenciado (tiradas, decían los descreídos de Freud y sus secuaces) y jamás pude encontrarlo.
Me peguntaba cómo lo lograría ahora que estaba sola y se podría inferir, desesperada.
Respiré por la nariz, inhalé y exhalé como aprendí en las clases de yoga, me visualicé con un porrón de espumeante cerveza al lado del mar; y nada.
Un deseo, el sueño me gritaba que debía encontrarlo, a cualquier costo, y para desear y conseguir debía pedir, ¿pedirle a quién? qué maldición la falta de fe.
Quise tragar saliva pero ya sabemos que era imposible.
Impotente me entregué.
Entonces, cuando entregada, de alguna manera me relajé, fue que te vi. Siempre habías estado ahí y, por tenerte en la cara, todo el tiempo, fue que no pude advertirlo.
Yo deseaba. Lo deseaba.
Deseaba abrazarlo por la espalda cada noche cuando agarraba la cuchilla y cortaba, todas iguales, las verduras para la cena; y besarle en el cuello.
Deseaba el abrazo largo, sentido, después de años sin vernos, y nuestros pasos por la avenida y su sonrisa y la confesión de un amor guardado y finalmente entregado.
Anhelé volver a verlo después de hacer el amor, sentado contra la pared, con la almohada entre las piernas y los ojos fijos en mí mientras hablábamos y hablábamos de las cosas de la vida y la noche se colaba por la ventana, poniendo su cara en blanco y negro, lentamente, hasta taparla por completo.
Las nubes crecieron sobre el río que de a poco empezó a correr y, con una furia tranquila, la lluvia cayó. Levanté la cara hacia el cielo y abrí la boca bien grande. Tomé agua hasta hartarme.
Tenía razón nomás el analista. Era cuestión de empezar a desear.

de Julio Cortázar acerca de la literatura

“La admiración que provocan las tragedias griegas o las de Shakespeare, el interés apasionado que despiertan muchos cuentos y novelas nada sencillos ni accesibles, debería hacer sospechar a los partidarios del mal llamado “arte popular” que su noción de pueblo es parcial, injusta y en último término, peligrosa.

No se le hace ningún favor al pueblo si se le propone una literatura que pueda asimilar sin esfuerzo, pasivamente, como quien va al cine a ver películas de cowboys.

Lo que hay que hacer es educarlo, y eso es en una primera etapa tarea pedagógica y no literaria”.

jueves, 5 de junio de 2008

"La luna roja" por Roberto Arlt

"En distintos parajes de la ciudad, a horas diferentes, numerosas parejas de jóvenes y muchachas se juraron amor eterno, olvidando que sus cuerpos eran perecederos; algunos vehículos inutilizaron a descuiddos paseantes y el cielo, más allá de las altas cruces metálicas pintadas de verde, que soportaban los cables de alta tensión, se teñía de un gris ceniciento, como siempre ocurre cuando el aire está cargado de vapores acuosos. Nada lo anunciaba...
...Súbitamente, sobre el tanque de cemento de un rascacielos, apareció la luna roja. Parecía un ojo de sangre despegándose de la línea recta, y su magnitud aumentaba rápidamente. La ciudad, también enrojecida,creció despacio desde el fondo de las tinieblas hasta fijar la balaustrada de sus terrazas en la misma altura que ocupaba la comba descendente desde el cielo..."
Fragmento del cuento "La luna roja", del libro de cuentos "El jorobadito", de R. Arlt